La pandemia por COVID-19 ha puesto de manifiesto muchos retos inesperados en multitud de ámbitos cotidianos. Sin embargo, en el sector agrícola, los retos principales no parecen haber cambiado: una población creciente, la adaptación tecnológica, el cambio de paradigma agronómico y un gran problema a largo plazo, el cambio climático, siguen liderando las barreras a superar.
El reto de un mundo creciente
La demanda creciente y con hábitos, necesidades y preferencias cambiantes es, probablemente, un reto que jamás podrá superarse del todo. Es lógico, puesto que forma parte de la evolución cultural. Actualmente, la agricultura ecológica, por poner un ejemplo, está en pleno auge, presionando al sector a adoptar medidas agrícolas acordes con sus necesidades a la vez que potencia su comercialización.
Por otro lado, también estamos viendo el alza de una sociedad mucho más preocupada por su salud. La búsqueda de una calidad nutricional, y no solo organoléptica, está modificando los cultivos y las formas de cultivar. Pero esto no es un reto en sí. El reto, en realidad, será cumplir con estas necesidades en un planeta con más gente cada año, con necesidades muy distintas y demandas totalmente variadas, globalizadas.
La adaptación tecnológica en un sector conservador
El mundo agrícola es, en general, de corte conservador. Las técnicas, las formas de proceder, cultivar y hasta comerciar suelen conservarse durante generaciones. Sin embargo, la evolución de la tecnología está alcanzando velocidades inusitadas. A día de hoy encontramos robots, drones, biotecnología e Internet de las Cosas y 5G unidas a los cultivos.
Adaptarse a estas tecnologías, sin embargo, sigue siendo un reto para muchos agricultores que no disfrutarán de las aportaciones que estos avances les prometen. Esto se debe, en parte, a la curva de aprendizaje ligada a algunas de dichas tecnologías. En otras ocasiones, la cuestión es económica o de recursos. En ciertos casos, es meramente cultural.
El cambio de paradigma agrícola
De forma tradicional se considera la dimensión agrícola de una forma meramente utilitaria: se busca el rendimiento a costa de todos los recursos disponibles. En entornos poco explotados, el ecosistema tiene la capacidad de recuperación. Sin embargo, en otros, estos se reducen hasta agotar por completo dicha posibilidad.
Es importante cambiar el paradigma agronómico, entendiendo el campo como un medio vivo, que hay que tratar con vistas a la sostenibilidad. Eso no implica, en ningún caso, tener que rechazar la productividad. La biotecnología sale al rescate para poder adecuar ambos aspectos: la producción con la sostenibilidad.
Tal es el caso de Bulhnova, un biofertilizante basado en bacterias promotoras del crecimiento que forman una simbiosis con el rizoma del cultivo. Estas aprovechan el nitrógeno atmosférico y las sales circundantes para alimentar a la planta, reduciendo por completo la necesidad de añadir exceso de fertilizantes químicos convencionales, con los que se protege el suelo y se evita la contaminación del mismo y de las aguas.
El cambio climático
Cada día es más evidente la existencia de un cambio climático: la climatología, los fenómenos atmosféricos y otras cuestiones ligadas con estos demuestran que se está produciendo. Con el cambio climático llega el calentamiento global. Y con este, vemos el cambio de ciertos ecosistemas de forma gradual e inexorable. Este reto va a suponer la adaptación de cultivos y sistemas agronómicos completos.
Además, también va a promover cambios bruscos e importantes en plagas y enfermedades de las plantas de diversa índole. Habrá que estar preparados para todo y de todas las formas posibles, lo que supone, probablemente, el reto más grande de todos. Y es que, en realidad, no sabemos qué consecuencias tendrá el cambio climático.