El calabacín, Cucurbita sp., es una especie comestible procedente de Mesoamérica y muy apreciada en todo el mundo por sus valores culinarios y nutricionales. Actualmente se pueden encontrar por todo el mundo y su producción no ha hecho más que aumentar en los últimos años. ¿Cómo se cultiva y qué cuidados son necesarios para asegurar el éxito con esta hortaliza?
¿Qué es el calabacín?
Cucurbita pepo, Cucurbita maxima, C. moschata y C. argyrosperma son algunas de las especies de plantas cucurbitáceas que solemos denominar como calabacín. Estas son primas muy cercanas de la calabaza y tienen un gran contenido en agua, un buen perfil nutricional y un alto interés comercial por sus propiedades culinarias.
Su cultivo es común en áreas de climas templados y fríos, aunque no es raro verlos adaptados a zonas subtropicales. El calabacín es bastante exigente en cuanto a humedad y luminosidad, especialmente durante los periodos de crecimiento inicial y floración.
La intensidad lumínica determina la relación final de flores capaces de fructificar: cuanta más cantidad de sol, mayor cosecha. Es una planta bastante tolerante a la salinidad del suelo, pero requiere de sustratos ligeramente ácidos, con abundante materia orgánica. Las temperaturas del cultivo no deben sobrepasar los 35ºC ni bajar de los 15ºC.
La humedad relativa óptima del aire en el invernadero oscila entre el 65% y el 80%, y es bastante exigente en cuanto a la humedad, por lo que hay que controlar con exactitud el riego que se le proporciona para evitar enfermedades, pero cumplir con sus necesidades.
Métodos de cultivo del calabacín
Teniendo en cuenta todo esto, ¿cómo se cultiva el calabacín? La siembra suele ser directa en el suelo, aunque se puede emplear una capa de arena, con dos o tres semillas por golpe y unos 10 kg/ha. Estas se cubren con tres o cuatro centímetros de sustrato. El nacimiento de las semillas ocurre tras cinco u ocho días en suelo y en entre dos y tres días en arena.
Podemos trasplantar el cepellón cuando la planta tiene dos o tres hojas verdaderas si queremos mantener el cultivo anterior más tiempo en el terreno. El espacio de siembra dependerá de la variedad que cultivemos. Este suele variar entre uno y dos metros entre líneas y de medio a un metro entre las plantas. La siembra o plantación se realiza a tresbolillo, y la densidad máxima en invernadero es de unas 12.000 plantas/ha en el sureste peninsular.
Más adelante se lleva a cabo el aclareo, cuando nace más de una planta por golpe. Este se realiza entre los ocho y diez días desde la germinación, dejando la más vigorosa y eliminando las restantes. A los 15 o 20 días de la germinación se procede al aporcado, cubriendo con tierra o arena parte del tronco de la planta para reforzar su base y favorecer el desarrollo radicular, pero sin sobrepasar la altura de los cotiledones.
Cuando el tallo comienza a desviarse se realiza el tutorado. Para ello se coloca un hilo de rafia que se sujeta por un extremo al tallo y por el otro al emparrillado del invernadero. De este modo se aprovecha mejor la iluminación, se mejora la ventilación, reduciendo la aparición de enfermedades, y se facilitan las labores sobre el cultivo.
Durante el crecimiento del cultivo hay que limpiar los brotes secundarios, que deben ser eliminados cuanto antes para maximizar la fructificación. El deshojado solo se justifica cuando las hojas de la parte baja de la planta están muy envejecidas o cuando su excesivo desarrollo dificulte la luminosidad o la aireación, promoviendo la infestación. De lo contrario, podríamos reducir la producción, por lo que no deben eliminarse más de dos hojas.
Por el contrario, hay que limpiar concienzudamente las flores caídas. Estas se desprenden una vez completada su función y se pudren con facilidad. Es conveniente eliminarlas cuanto antes. Una vez que el calabacín ya ha comenzado a crecer, es necesario hacer una limpieza de frutos. Esta consiste en eliminar los que presenten daños, malformaciones o un crecimiento excesivo y a destiempo. De esta manera quitaremos posibles fuentes de entrada de enfermedades y permitiremos que la planta destine los recursos al resto de frutos.
Enfermedades y plagas en el cultivo de calabacín
El calabacín, como muchas otras especies hortícolas, es vulnerable a una serie de patógenos de origen bacteriano, fúngico y artrópodo. Entre las plagas y enfermedades más comunes del calabacín encontramos:
El oídio, la podredumbre blanca y la gris y otras enfermedades procedentes de los suelos. Para prevenirlas es imprescindible controlar la humedad y el contacto, así como eliminar a los primeros signos cualquier planta o fruto contaminado. Para tratar estas enfermedades, existen diversos tratamientos antifúngicos con los que combatirlas.
Las plagas causadas por pulgón, araña roja o mosca blanca son las más comunes en el calabacín. En estos casos, además de poder prevenir con diversos medios naturales, también podemos utilizar algún insecticida o acaricida sistémico con la intención de proteger, o tratar en el caso de que ya se haya dado la plaga, al cultivo.